13º Rol: Luna nueva en la alcoba real

"Era noche de luna nueva y la oscuridad invadía cada rincón de mi alcoba. Había pedido a mis doncellas que apagasen hasta el último candil antes de cerrar la puerta. Necesitaba dedicarle unos instantes de admiración a cada estrella que vislumbraba desde mi balcón.

Bajo el silencio, no podía quitarme de la cabeza a ese caballero que me había salvado en aquella jornada. Cuando me acogió entre sus brazos para levantarme del suelo y vi sus ojos a través del yelmo, había algo misterioso que no encajaba, pero me atraía al mismo tiempo.

Justo cuando me despedía de la noche para dormir, un sonido hizo que me diera la vuelta para ver qué había asaltado mi balcón. Los reflejos plateados de una armadura dejaban entrever la silueta de aquel que unos minutos antes ocupaba mis pensamientos.

—Majestad, disculpad. No temáis —me tranquilizó esa figura mientras se arrodillaba—.

Fui dando entonces pasos cada vez más cortos hasta que alcancé a ese ser que no había dudado un segundo en postrarse ante mí.

—No entiendo qué misión le ocupa a aquel que irrumpe en mi alcoba a estas horas y de tal manera —dije todo lo firme que podía.

Aunque sabía que tenía que actuar contundente, una parte de mí se había despertado a gritos ante la llegada del individuo. Así que, habiendo visto tal sumisión a mi persona, no pude hacer otra cosa que desear que ese caballero pasara la noche junto a mí.

Comencé a quitarle el yelmo con mis manos. La oscuridad aún no me permitía averiguar su rostro pero le indiqué que se levantase.

—Por favor, ruego se ponga cómodo —susurré mientras se erguía—.

El caballero empezó a soltar las correas de la armadura. No me había fijado que no medía mucho más que yo. Decidí ayudarle a desprenderse de la cota de malla cuando mis manos descubrieron una figura que no se esperaban. Cuando llegué a su pecho, no lo podía creer… ¿una mujer?

Corriendo me dispuse a encender la luz tenue de la vela que tenía más a mano, la claridad justa para descubrir aquella figura femenina que tenía delante de mí.

—¿Juana? —dije mientras me sentaba en mi lecho anonadada—.

—Ruego me disculpéis, mi señora, pero no podía pasar ni un segundo más sin estar a vuestro lado —me decía postrándose de nuevo ante mí—. Al ver hoy como casi la pierdo, todo aquello que siempre he sentido por vos se ha vuelto más vivo aún.

Mis dedos acariciaban su mejilla para apartarle las lágrimas. Estaba muy sorprendida, Juana era mi más fiel vasalla, la única que trataba a mi yegua y gozaba de mi plena confianza. Tenía sentimientos encontrados. Siempre le he guardado gran afecto, pero estoy confundida. Lo que no puedo negar es que ese halo de cariño que nos rodeaba parecía que finalmente se había afianzado.

—Querida, por favor. No lloréis —intenté tranquilizarla mientras besaba su frente.

Fue entonces cuando subió su cabeza, cambió su frente por los labios y me besó.  

Cada músculo de mi ser quedó paralizado ante tal muestra de amor, fieles al deseo interno que se había despertado en mí y que ni siquiera tenía la intención de controlar.

De repente, reaccioné y abracé a la chica arrastrándola al lecho, quedando ambas sentadas en el borde. Comenzaron las caricias y se tornaron fuego mientras besos y roces se volvían más intensos.

Sin mediar palabra, fui abriendo los cordones de los ropajes de cuero que habían quedado liberados hasta que logré descubrirle el pecho. Entonces, de repente me tumbó y se puso encima de mí mientras dejaba mis manos inmóviles por encima de mi cabeza. Nunca pensé que me sometería a nadie, y menos a una mujer. Pero ella estaba haciendo que me olvidara de quiénes éramos.

Continuábamos besándonos y me soltó las manos. Yo de todas maneras las dejé en la misma posición y cerré los ojos. Notaba como sus manos comenzaban a recorrer mi cuerpo y me quitaban el camisón de forma sutil. Luego pasó la mano por mis senos mientras que con la otra acariciaba el vientre tras haberlo dejado descubierto. La respiración se entrecortaba y me trasladaba a sensaciones que nunca había vivido.

Detuvo sus labios en mis pechos y los lamía suavemente cuando yo levantaba la cabeza mirando al infinito y me dejaba hacer.

Movía sus dedos haciendo círculos en torno a mi clítoris, dándome espasmos de placer. Con su otra mano me cogía la cara para mirarme fijamente y de cerca. Una pena no poder apreciar esos ojos ahora mismo por culpa de la poca luz.

Fue entonces cuando me abrió las dos piernas y bajó lentamente hacia mi vientre. Comenzó a lamerme todo, lo que me hizo soltar un ahogado gemido que sirvió de incentivo para que los movimientos con su lengua se hicieran más intensos. A la misma vez, le revolvía el pelo y aprisionaba su cabeza contra mi sexo, lo que hizo que continuara chupándome más intensamente. Estaba sintiendo escalofríos que me recorrían el cuerpo hasta la punta de los pies. Acariciaba mi sexo por fuera y lo penetraba con su lengua. Y así una y otra vez.

Subió sus manos en busca de las mías y me apretó fuerte. Mi respiración estaba cada vez más acelerada y me costaban mantener los gemidos. No podía permitir que nadie me escuchase desde los pasillos. Me retorcía de placer en la cama mientras agarraba la sábana de seda y la apretaba fuertemente. Parecía que mi vasalla fuera toda una maestra en llevar al éxtasis. Gemí de nuevo cuando provocó que nuestras miradas se encontrasen sin que parase de realizar su tarea. Fue entonces cuando me dejé llevar. Ella, al notar mis contracciones en el vientre debido al intenso orgasmo, se detuvo y quedó tumbada a mi lado.

Ahí me di cuenta que había encontrado aquello que me completaría el resto de mi vida. Ese amor inagotable que me acompañaría siempre."

 Srta. Evenstar

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